Viví por once años en Puerto Madryn, una ciudad en la que una vez al año la visitan unos hermosos animales, las ballenas, más preciso, la Ballena Franca Austral. Me acuerdo que en mis primeros avistajes, me asustaba un poco la idea de estar cerca de ellas, debe ser por su enorme tamaño o porque pensé que podrían comerme, hasta que con el paso del tiempo empecé a amarlas y me enamoré por completo de estos enormes animales. También investigue y descubrí muchas cosas que me sacaron ese miedo, por ejemplo que las ballenas no tienen dientes, sino que comen con barbas, es una especie de cortinas que reemplazan sus dientes, entonces sería imposible que me coman, si solo pueden ingerir un Krill, que es un animal muy pequeño. Me enamoró de ellas, su capacidad de cuidar al ballenato, que sería una ballena bebé, también como los alimentaban y paseaban con ellos. Una de las cosas que más extraño de esa ciudad, son a ellas, levantarme todos los días, abrir la ventana y ver...